Adhesión de Colombia al TIRFAA:  La clave para un futuro alimentario sostenible

Julia Ayuso, directora de la Escuela de Sostenibilidad de la Universidad Europea, explica la importancia del Tratado Internacional de Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura (TIRFAA) y el impacto que Colombia puede tener en la seguridad alimentaria mundial.

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Imagen cortesía

. La 16ª Conferencia de las Partes de la Convención sobre la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas (COP16), realizada en Cali, fue un espacio clave para el fortalecimiento de las estrategias globales que buscan detener y revertir la pérdida de la naturaleza, que afecta la supervivencia de millones de especies y personas. En el evento, que reunió 170 delegaciones oficiales de las Naciones Unidas, se destacó la implementación de un espacio permanente de participación para las comunidades indígenas y afrodescendientes, además del acceso a recursos para financiar proyectos que ayuden al medio ambiente, reconociendo su importancia para la protección de la naturaleza. 

Durante los 12 días del evento, que se conoció como la “COP de la gente” por la gran participación del público, también se acordó la creación del “Fondo Cali”, un fondo mundial para el recaudo de recursos que provengan del uso de información sobre secuencias genéticas digitalizadas. Con esto, se asegura que las empresas que utilicen dicha información para el desarrollo de sus productos destinen parte de las ganancias al fondo, que beneficiará a las comunidades. 

Sin embargo, hubo un tema que pasó casi desapercibido pero que tiene un impacto regional enorme en la sostenibilidad y preservación, haciendo de Colombia un país clave. Se trata de la adhesión de nuestro país al Tratado Internacional de Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura (TIRFAA), que asegura el acceso a una variedad de recursos cruciales para una producción agrícola y alimentaria eficiente que se pueda distribuir en toda la región Andina, además de acceder y compartir la diversidad genética global para cultivos alimenticios con países como Japón, Francia, Bélgica o Estados Unidos. 

De acuerdo con Julia Ayuso, directora de la Escuela de Sostenibilidad de la Universidad Europea, “la adhesión de Colombia al Tratado se espera que fortalezca la biodiversidad agrícola en la región andina al asegurar el acceso a una variedad de recursos fitogenéticos, es decir, materiales de origen vegetal con valor genético, como semillas y plantas, que se utilizan para la agricultura y la alimentación”. De esta manera, se espera conservar y diversificar cultivos a condiciones locales, lo que promoverá la resiliencia frente al cambio climático y prácticas agrícolas sostenibles. 

Las crisis ambientales en la región, detonadas por el cambio climático, hacen que la mejora y diversificación en las semillas se convierta en una necesidad y característica clave para la seguridad alimentaria. Las condiciones extremas, sequías o las plagas son cada vez más frecuentes, con resultados atroces para la naturaleza y la supervivencia humana, evidenciado en otras regiones como la amazónica, que, debido a la escasez de lluvias y el aumento en la temperatura, el nivel del río Amazonas se redujo a niveles críticos, dejando a más de 400 mil niños de tres países sin comida, aumentando de manera considerable el riesgo de malnutrición e incluso la muerte. 

Es allí cuando la cooperación y desarrollo de nuevas prácticas permitiría mitigar este tipo de efectos, con Colombia como una de las fuerzas principales en el tratamiento y distribución de recursos. “Colombia facilitará el acceso y el intercambio de estas semillas en la región andina y más allá, contribuyendo a una red global de cooperación que fortalezca la seguridad alimentaria y reduzca la vulnerabilidad de los sistemas agrícolas en un contexto de emergencia climática”, comentó Ayuso.

Asimismo, la directora de la Escuela de Sostenibilidad reconoció como crucial el rol de las comunidades locales en la mejora y uso de semillas, “ya que poseen conocimientos tradicionales sobre variedades autóctonas y prácticas de cultivo adaptadas a sus entornos específicos”. En este sentido, Colombia se posiciona como escenario clave para la inclusión y notoriedad de grupos que han estado vinculados a la sostenibilidad y recuperación de territorios por muchos años, pero que no han tenido el reconocimiento necesario por parte de la comunidad internacional. 

“Se envía al mundo un mensaje claro sobre la importancia de la colaboración internacional para proteger y conservar los recursos fitogenéticos, fundamentales para la seguridad alimentaria y la resiliencia agrícola global”, concluye Julia Ayuso. Con esto, no solo se espera el apoyo de otros países, sino también la creación de acuerdos similares en otras áreas, fomentar la resiliencia climática y reforzar la idea de colaboración como eje fundamental para la gestión y cumplimiento de metas ecológicas. 

Esta COP deja varias zonas grises a resolver como la falta de un modelo financiero que permita implementar el plan de protección a la biodiversidad, además, es difícil saber los avances de forma real, pues no se ha logrado implementar un mecanismo específico que permita medir las mejoras o progreso en este tema. No obstante, los avances se ven, gracias a la acción colectiva y el reciente interés de más personas por la protección de la naturaleza. Las convenciones son una parte del compromiso, pero los esfuerzos no pueden quedar allí. 

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